Vicisitudes de un amor culinario

La noche que nos conocimos no fue una más para mí. Quedé deslumbrado por tu brillo, por tu aroma y tu inmensidad. He conocido a otros como vos, desde ya. Pero nunca con la combinación perfecta de caramelo a punto, crema que rememora una nube y dulce de leche generoso y rebalsón: tus compañeros que te adoran y adornan, te complementan y te potencian. Esa vuelta me generaste una alegría como no recordaba, una ilusión nueva, un palpitar de emoción y cosquillas en la panza. Me sentí un chico a punto de hacer su primer gol en la primera del club de sus amores. 

Corría la pandemia y no podía ir a buscarte, sino esperar que por algún hecho azaroso (o no tanto), un pedido concreto a alguien dispuesto a cruzar de la Ciudad a la Provincia por arrumacos y calor, te pasara a buscar sin excusas. La interlocutora y transportista de turno no lo sabía, más quizás intuía lo nuestro. Poco importaba. Lo real, lo valiente, lo exclusivo, era estar juntos. Pasó el tiempo y pude ir a visitarte a tu hogar; me gustaba y me sentía cómodo. Me hice amigo de los mozos, que siempre me guardaban tu mejor y más amplia porción, y de las chicas del mostrador, que cuando pasaba a buscarte me ponían cantidades industriales de tus acompañantes inseparables. Hasta terminaron entregándome la tarjeta de cliente VIP, ya que al principio pedía la cena, solo para aguardar por tu encuentro, si aún no estabas listo, hasta tu arribo coqueto y pizpereto. Luego, me declararon el cliente del año, capaz de pagar el medio aguinaldo de dos empleados con lo que gastaba allí.

Después, como todo en la vida, las cosas fueron cambiando. Ya no estabas como al principio, incluso estabas distante, y no siempre te encontraba. La crisis avícola hizo que en 2022 no pudiera verte por mucho tiempo, pero yo no desistí, te esperé. Fueron tres largos meses, pero el reencuentro me hizo muy feliz. Ya eras mas pequeño, y tus acompañantes me eran retaceados. Me acuerdo como si fuera ayer aquella noche en la que caí de bajón, chiflado, malo, y pedí por vos. Me dijeron que ya no estabas ahí, pero me imaginé que me estaban macaneando. Esperé durante varios minutos, y te vi salir rumbo a la mesa de un viejo con pinta de salame, que me dijeron era amigo del dueño. Me carajee con un mozo, quise entrar a la cocina a cagarme a trompadas con el mandamás del lugar, y el muy cagón llamó al oficial de la esquina, que me llevó a la seccional Quinta de Urquiza, la de Olazabal y Burela, donde me demoraron 2 horas, me verdeguearon diciéndome que era un gordito fumón que seguro mañana iba a caer por robarme una panadería, y me dejaron ir. Desde ese día nunca más pude volver a tu casa, y empecé a pedirte por delivery, o hacer que alguien vaya a buscarte por mí. Si, ya sé que nada es como antes, pero es mejor esto que nada, mi amor. 

Sabíamos que la distancia nos iba a afectar. Es verdad, la cremona de "El Encuentro" y las facturas de de pastelera con corazón de dulce de leche (solo esas eh), de a poco, se están ganando una ínfima parte de mi triste corazón. Vos no te preocupes, que igual siempre seremos vos y yo contra el mundo, el ataque al hígado, el pico de glucemia, los 16 kg que me ayudaste a ganar y los caretas que me prohibieron la entrada a "Pin Pum". Vos y yo para siempre, flan.




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