"Si 11 años después..."
Hace apenas unas semanas, mientras andaba en bicicleta y escuchaba un podcast, Clemente Cancela le preguntó a un invitado famoso en que momento de su vida notó que quería ser periodista; si recordaba el momento en el cual descubrió su vocación. Honestamente no recuerdo la respuesta del entrevistado. Pero si recuerdo que automáticamente me pregunté lo mismo, si tenía recuerdos de mi niñez acerca de lo querría hacer en mi futuro. Y algo que en otro momento podría haberme llevado más tiempo, surgió de golpe. Como si mi parte más consciente y pensante estuviese ocupada en exclusiva de pedalear, frenar, esquivar autos y seguir (como una metáfora de la vida en "modo avión", tal vez), otra parte de mi cerebro tomó el control y contestó con una inconsciencia abrumadora: "Contar historias". Ese descubrimiento o autorrevelación casi epifánica está fundado, pero no estoy seguro si alguna vez me detuve a pensarlo de forma tan sintética, llana, simple y clara. Probablemente siempre lo supe (a los 8 años escribía relatos de detectives; mi madre, entiendo, aún conserva alguno); y creo que simplemente quería ser oído, o leído. Que tenía algo para decir. Diferente o no, a veces previsible, y en ocasiones delirante (recuerdo haber escrito una pequeña narración en la cual un ejército de caries se enfrentaba contra un conglomerado de dentífricos). Pero siempre quise transmitir algo. Seguramente no sea una mera casualidad que la profesión que ejerzo tenga una vinculación con ello. Desde la propia definición del cargo, hasta lo que, en definitiva, ocurre por debajo de los textos en los cuales se celebran o enmarcan actos jurídicos: redactar una escritura es también una forma de relatar un cuento. A lo mejor con menos pero a la vez más específicos destinatarios, pero una historia al fin. "No esta nada mal", le diría a ese chico que, muchos años después desde que lo pensó por primera vez, hoy se gana la vida, de alguna manera, contando historias.
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