Capítulo 156...

Es que... pensar a la Maga como la suma de muchas y variadas partes, y no como un todo, era una tarea francamente imposible. La inconexidad de los compenentes nunca podría dar como resultado final una forma tan exacta, tan freneticamente atrapante, tan Lucía. Caer ante sus marrones ojos que suplicaban comprensión y escondían profundos temores no ocasionaba dificultad alguna; lo extraño era cuando no ocurría. Tomar su rostro con las manos, mirarlo, tocarlo, besarlo, desearlo, contemplarlo, todo durante muchos y minuciosos minutos, y reiteradamente, podría haber sido un gran hobby de señores feudales, o de peones recien iniciados. Pero beber de su vida, recitar sus labios, consumir su alma, no era una actividad para cualquiera. Había que saber mirar a la Maga, porque su mirada recordaba a la de Medusa, solo que ella podía lograr que toda Grecia y su entera mitología se redujeran a cenizas, luego de derretirse, en lugar de convertirse en piedra. Derrumbarse sobre su espalda, podía costar el peso en oro de quien lo hiciese. Los vocabularios caían, se miraban entre ellos e intentaban revivir a míticos sabios para poder abundar en la descripción de su dulzura, para esbozar siquiera de manera tímida una explicación a ese amor.


Y cuando la Maga no estaba distraída mirando una mariposa morir, o una hojita de algun arbol revolotear, solo con su sonrisa apenas esbozada, iluminaba mi mundo; y cuando estaba concentrada en el amor, entonces el mundo se detenía, y no había mas jazz ni rock, ni muerte ni hambre en el mundo; el fútbol carecía de sentido, el agua ya no mojaba. Nada. Absolutamente nada mas importaba, porque con la Maga allí, todo lo demás era insignificante, o en el mejor de los casos pasaba a un tercer o a un cuarto plano. La primera vez que besé a la Maga fue en una fría noche de Mayo; no tardé en descubrir el calibre de sus besos, pues mis labios desde ese instante le suplicaron piedad a los suyos. Nunca intente dejar de encontrarla por las calles, curioseando en alguna biblioteca, o chapoteando en algún charquito luego de alguna furibunda lluvia: esa búsqueda inconsciente estaba repleta de burbujas, de caracoles, de pelotas de tenis y de vaya a saber uno cuantas cosas más, todas dentro de mi estómago, por el solo hecho de verla por ahí sin tener la convicción de si efectivamente iría a hacerlo, y alegrarme y sentirme pleno de felicidad por haberla encontrado, y luego caminar y reír sin que nada tuviera realmente sentido, o que si lo tuviera, el mismo no interesara, porque ella en sí misma era lo único verdaderamente único allí, en ese instante, en ese lugar. Lucía y sus dudas estarían hoy despejadas si le hubiese contado que ya no quería otra cosa que a ella, muchos hijos, y vivir felices y comer perdices por toda la eternidad, o lo que dure la misma. Pero mi manera de comprometerme fue, cobardemente, darme a la fuga. Y cuando empuñe el valor suficiente para pelear contra caballeros, familia y Dios, regresé, pero ella ya no estaba allí.

Comentarios

Leoon dijo…
en definitiva por cobarde se pierden cosas importantes. Muy buena primo no me pierdo una de las tuyas. Let
Leoon dijo…
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