Match
En cuanto Lucas vió la publicación por primera vez, percibió un aura especial. El departamento salía de su presupuesto, pero así y todo le envió el link a su hermana, muchísimo más avezada en estos menesteres que él, dada su profesión. Desde que apareció el doble tilde azul, hasta que emitió su respuesta, pasaron 2 minutos y 13 segundos.
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“Llama ahora y anda a verlo. No lo dudes”.
Al joven le llamó la atención la
convicción de su hermana, quien ya le había bochado no menos de 21
publicaciones por diversos motivos, algunos más obvios que otros (“Luquitas, no
está caro, pero el único baño lo tiene al lado de la cama, es un perno, si
alguien caga en tu casa te vas a dormir abrazado al vaho de un tereso ajeno”; o
“Ese PH hay que detonarlo, tenes que invertir una torta de guita que no tenes”;
como algunas destacadas opiniones), así que decidió hacerle caso.
Solo tres días tardó en cerrar la
operación. El 20 de agosto de 2024, Lucas hizo una oferta casi irrisoria que rápidamente
fue aceptada por los vendedores. Él, que dudaba un mes entero para ver con
quien salía de Tinder dentro de los escasos match que dificultosamente podía
lograr (y que lo hacía tras un minucioso filtro que incluía distancia cercana, formación
profesional, sin hijos), o que evaluaba hasta el hartazgo que par de zapatillas
comprar, previa recorrida por foros para ver ventajas y desventajas entre
Oasics o Nike que solo usaría para ir a caminar a la plaza, estaba acordando la
compra de su casa en menos de 72 horas. El mundo del revés. Algo lo unía a ese
hogar, que estaba vacío hacía años, algo que no podía describir con palabras,
pero que confirmó en cuanto el martillero le abrió las puertas del inmueble: un
magnetismo casi esotérico.
Sus padres y Romina lo ayudaron a
hacer la mudanza un mes después, el mismo día que firmó la escritura. Comieron
unos sanguchitos de miga de una panadería que quedaba a 20 metros, con la cual
tuvo amor a primera vista, y luego de una limpieza general, se quedó solo
acomodando las cosas más pequeñas, acomodando muebles, y vinculándose con su
casa.
Cuando se disponía a guardar una
valija en la baulera que estaba en la parte superior del placard, notó un
cuaderno lleno de polvo. Lo bajo de ahí, y lo abrió. Creyó en principio que
podría ser una carpeta que guardaba facturas viejas, o garantías vencidas de
electrodomésticos. No era así. El cuaderno tenía algunas anotaciones realizadas
a mano alzada, y le sorprendió la similitud con su letra. Parecía su mala
caligrafía minuciosamente calcada.
Algo aburrido de ordenar, calentó
la pava, preparó el mate (amargo, bien amargo), y se sentó en el piso del balcón.
Los tibios rayos de sol le daban de lleno en la cara, y calentaban un
Septiembre que no se estaba caracterizando por la aparición de la primavera,
sino más bien por un invierno que se negaba enfáticamente a retirarse.
Algunas hojas del cuaderno estaban
un poco amarillentas y cuarteadas, pero se entendía todo con suficiente
claridad. Tras hojearlo, sacó la rápida conclusión que se trataba de un diario
o una bitácora. Lo más desconcertante de todo eran las fechas de las entradas…
“Diciembre 25 de 2025.
Acabo de salir de tu casa. Son
casi las 7 de la mañana de Navidad, la Navidad más fría de los últimos 20 años
anuncian en la TV. Una vez más nos separamos, una vez más decidimos alejamos.
Hasta ahora, esa distancia nunca nos duró más de 2 meses. Por motivos sumamente
curiosos, siempre volvemos a estar juntos; paradójicamente, cuanto más grave es
el motivo, más unidos nos encuentra ahí, firmes, estoicos: un allanamiento, un
embarazo no deseado, una mudanza que te trae a mis pagos. Siempre algo se
emperra en juntarnos una y otra vez. Es perturbador.”
“Diciembre 30 de 2025.
La lógica hasta ahora viene
siendo una constante: los primeros días duelen mucho. Muchas sensaciones a flor
de piel, mucho extrañar y sobrepensar. Con el correr de los días, todo se
empieza a calmar. Entendemos que probablemente es lo mejor, que es muy maduro
asumirlo así. Vemos luz, creemos que hay luz. Pasan tres semanas, y muy
sutilmente nos empezamos a pensar. Un pensamiento, otro, y otro más. No importa
cual sea la situación, pero ahí vemos al otro, pensamos al otro, sentimos al
otro. Me gustaría contarle, me gustaría avisarle, me gustaría que supiera esto
o aquello. Me gustaría verlo. Y ahí el universo parece inflarse las pelotas y
decir “bueno, hagan lo que se les cante”, y algún evento decanta en un mensaje.
Y ese mensaje en una respuesta. 5 horas después, aún estamos hablando. La
lógica de las circunstancias hace que más temprano que tarde nos veamos. Que
nos abracemos. Que terminemos pegándonos una culeada monumental, cargada de
deseo, desenfrenada. Ahí la cagamos, y volvemos a foja cero. ¿Por 10 días? ¿Por
dos meses? Nunca sabemos, pero en esta ruleta cualquier número puede salir”.
“Enero 01 de 2026.
Vine a Mendoza a pasar fin de
año lejos de todos. Brindé con 20 personas que apenas vi tres veces en mi vida,
más allá de mis cuatro amigos que me invitaron a venir acá. Me dieron una rola
y nos fuimos a una jodita. Tres pendejos me empujaron y me quise pelear.
Preferí irme en ese momento, solo, no cagarle la noche a nadie, caminando unas
buenas 40 cuadras hasta el hostel. Te busqué pero estabas a 1000 km. Tampoco me
encontré a mi. Me acosté y no me pude dormir. ´Dejame dormir´, imploré”.
“Enero 03 de 2026.
Pasó una semana. Estoy mejor. En
total, durante un día entero, te pienso 3 o 4 veces. Nada mal. Hasta que son 3
o 4 veces… por hora”.
“Enero 12 de 2026.
Quizás era más fácil, a pesar
de la angustia, cuando estábamos lejos y me odiabas. Y no como ahora, que ya
pusimos cuentas en orden, nos dimos la mano, y el vacío se hace insoportable.
Al menos la ira direccionaba los pensamientos y los impulsos con un orden
claro, preciso, suizo. Ahora están a la deriva, huérfanos. Una orfandad que ya
hemos visto, acá y en otros lados. Pero que es helada y quema. El corazón
helado, aunque se incendia, sin alas no puede salir. No tenemos las alas.
Quizás tampoco las agallas. Y nos regodea ese pesar”.
“Enero 20 de 2026.
Baja el sol, y sobrepienso. Se
hace de noche rápidamente y apenas lo noto. Me hago trampa al solitario
pensando que es por estrés”.
“Febrero 01 de 2026.
No existen los finales felices,
Lina. De hecho, no sabemos hasta pasado un buen tiempo que ese punto fue el
final. Nunca sabemos cuando jugamos la última vez al fútbol en una plaza,
cuando cenamos por última vez con aquellos que alguna vez fueron amigos, ni
sabemos cuando es la última vez que le damos un beso a una persona. Quizás es
mejor así, porque estirar agonías es devastador, y porque se corre el riesgo de
que no sean finales, y se entre en un loop infinito. Pero de saberlo, ¿lo
disfrutaríamos más? ¿O lo contaminaríamos y le daríamos mayor entidad por el
mero paso del tiempo? No me defino. Los finales pasan cuando pasan. Hasta esos
donde deseamos para siempre que no sean finales”.
“Febrero 16 de 2026.
Lo último que me dijiste fue “Lucas,
si te vieras con los ojos que yo te veo, entenderías muchísimo más lo que
siento. Trata de acercarte siempre al lugar donde quieras ir, aunque te duela.
Si queres ir a Córdoba, no te sirve de nada agarrar la ruta 2. Como sea,
incluso a dedo, pero siempre agarra el camino que te acerque a donde deseas ir”.
Hubiera preferido que me dijeras otras cosas, que me hablaras de los hipocampos
con sombreros que veías en las nubes cuando estabas chiflada y acostada en la
terraza, o algo así, menos de despedida. Detesto las despedidas”.
“Marzo 8 de 2026.
En una conjunción de hechos
más o menos fortuitos, anoche post cena familiar en la que estuve al borde del
papelón tras clavar algunos malbec, terminé solo en una fiesta de mala muerte,
música noventosa, gente rara y olor a vómito acumulado. En un rincón había
varios puestitos random: en uno te maquillaban y ponían stickers, en otro había
un Flipper de Los Locos Addams, y en el tercero te tiraban las cartas. Ya
apenas quedaban rastros del fernet caliente en el vaso descartable que llevaba
en mi mano derecha, y aburrido antes de abandonar el lugar, decidí sentarme en
ese último puesto. Me preguntaron el nombre, me pidieron que hiciera una
pregunta, y que eligiera 3 cartas de una baraja que se encontraba dada vuelta. Pregunte
sobre el amor, porque no quería preguntar por vos. Salió la luna, una dama y un
caballero. Me dieron una explicación que no me interesó mucho, pero en lo
concreto me dijeron que ya conocía a la persona con la que formaría una pareja,
que tengo buena comunicación con ella, que me despierta pasión, es cautivadora
y muy cálida. Todo me llevaba de nuevo a vos, pero a futuro. Antes de
retirarme, la mujer de las cartas me dijo “Su problema, caballero, es el
miedo. Le da miedo abrirse, y al sentir una pizca de emoción, el terror supera
a las ganas. Eso, mi estimado, jaquea y complejiza todo. Suelte el control,
salte, y verá que el río llega a su cauce. Por una vez, hágalo”. El ímpetu
casi poseído de la mujer me dejó algo perplejo, y si bien me sorprendió que
ella me lo dijera, en el fondo coincidía con sus palabras. Lo que realmente me indignada
era que otro más pudiera verlo además de mí”.
“Marzo 28 de 2026.
Otra vez las 3.30 am. Esta vez
me acosté temprano, para poder descansar bien, arrancar el día con pilas e
intentar meditar apenas levantado. Nada de eso ocurrió ni ocurrirá. Desde hace
4 horas solo pienso escenarios o excusas para verte o cruzarte. Tomarme el tren
y acertar el horario exacto en que irás a llevar a la plaza de la estación a tu
hijo menor, salir a caminar por el barrio a ver si en una de esas salís a hacer
un mandado de última hora para preparar la cena para el batallón. En que
putísimo momento creíste que era una buena idea mudarte a 5 cuadras de mi casa,
si incluso en ese momento no hablábamos, no era parte de un proyecto de vida o
de acercar realidades. Ahora sé que una buena parte del día estamos a 5 cuadras
de distancia. No es que circunstancialmente una vez por semana tenes que hacer
un trámite por acá, tus hijos van a un colegio que literalmente da al fondo de
mi casa. Vivíamos a 50 km, ¿cómo fue a pasar eso? Tu hijo de 3 años antes de
separarnos por vez número 140 empezó a hacerme videollamadas para charlarme.
¿Porque todo se empecina en atarnos una vez más? ¿En qué momento se alinearon
las circunstancias, pero no nosotros? ¿Por qué carajo nos soltamos? Antes de
encontrar alguna respuesta, o esbozo de ella, finalmente caigo rendido sin
saberlo. Tengo un sueño extraño en el que me caigo de un precipicio, que no
termina nunca y termino flotando en una nebulosa, que no es ni el suelo,
estrellado estrepitosamente contra él, ni el cielo, tras rebotar por alguna ley
de la física solo explicada en forma onírica. No puedo frenar en terreno sólido
ni en un sueño. Me despierto transpirado, como si no hubiera dormido más que 5
minutos, abombado, con un humor de mierda. Cero pulgas, con ganas de mandar a
la mierda al primer ser humano sonriente que me cruce en el día. Son las 8.30
hs y ya voy tarde para salir. Otra vez lunes, otra vez reuniones, otra vez
actividades hasta el final del día para no pensar. 4 días que me separan del
último día de la semana, el que quiero que llegue para volver de la oficina,
sacarme la camisa, fumarme una vela que me deje el cerebro estacionado en
Narnia pensando en la inmortalidad de los cactus, abrirme un merlot y, al menos
por un rato, olvidarme que estas a 656 pasos, que no te puedo dar un puto
abrazo, y que eso no va a cambiar”.
“Abril 05 de 2026.
No tengo ganas de conocer a nadie.
En realidad, de lo que no tengo ganas es del ritual ensordecedor de la
seducción, de la danza del apareamiento y de poner atención en retener nombres
de mascotas, gustos musicales. De tener que conocer familiares y de la ansiedad
de saber si esta vez en el bolillero sale un suegro ultra facho o una suegra
con dotes de manipulación emocional sobre sus hijos. No niego la parte linda,
la que te hace sonreír cuando te llega un mensaje o la que hace que quieras ver
a la otra persona muy seguido, o conejear como si se fuera a romper el mundo en
mil pedazos mañana. Pero estaría bien tener un botón de fast forward a todo
eso, al momento en que nos levantamos un domingo, hacemos fiaca, desayunamos, prendo
la parrilla mientras me haces un fernet, preparamos una picada para recibir
amigos, bailamos una de Amar Azul, y los nenes están leyendo en el living o
viendo Toy Story 3 (¿acaso la mejor película animada de la historia?)
por vez número 34; hay sol, hace calor, y pienso que esto es lo que siempre
quise en la vida. O será acaso que, si todo eso no ocurriese así, si ese
domingo resultase un caos, con caída de aguacero tremendo y cancelación de asado,
con criaturas que estén llorando y fastidiosas corriendo por todos lados, suspensión
de partido en la tele, y almuerzo que pasa a ser una comida recalentada con la
peor de las ondas… me pregunto si todo eso también hubiera sido todo lo que
siempre soñe, pero solo si hubiera sido con vos”.
“Mayo 10 de 2026.
Soy un zombie. Volví a terapia
después de 5 años, y tampoco ayuda. No duermo ni con medicación. Me
apercibieron en el laburo, primero, y luego me suspendieron. No estoy en ningún
lado. No puedo avanzar.”
“Junio 16 de 2026.
Resolvieron desvincularme de
la empresa. El gerente general me ofreció un retiro voluntario por los
servicios prestados, a cambio de no tener que pagarme una indemnización más
alta por un despido justificado por el manantial de cagadas que me vengo
mandando. Aprovechando la medida, decidí mudarme. Puse el departamento en alquiler,
con muebles, así como está. Apareció un interesado ese mismo día, y listo. En
unos días firmo los papeles. Probablemente me vaya a Ecuador; mi primo vive ahí
y me da una mano para conseguir algo, y sino con lo del laburo y el alquiler
mas o menos estoy. Iré viendo. Pero no encuentro solución. Me tengo que ir. Me
estoy volviendo loco”.
Junio 26 de 2026.
Mañana firmo el contrato, y el
fin de semana viajo. Me crucé a tu vieja en la verdulería. Me dijo que estabas
saliendo con alguien, y que estabas muy feliz. Quise mandarte un mensaje, pero
no vi tu foto de perfil, y cuando envié igual no te llegaba. Me bloqueaste. ¿Por
qué? ¿Cuál es el motivo? ¿Cómo vas a seguir adelante? ¿Yo me tengo que ir y vos
seguís adelante? ¿Y no puedo ni decírtelo? No me parece justo. No es nada justo
esto. Me desespera”.
“Junio 27 de 2026.
Hoy fui hasta tu casa. No solo
no me abriste, sino que me gritaste por la ventana que lo supere, que no sea ridículo,
que soy un tipo grande y que me deje de boludear con mi vida. Que te deje de
una vez en paz. No entiendo por qué tanto enojo, solo toqué timbre unas 23
veces. No entiendo por qué no me querés más. Con el alma en pedacitos, camino
sin rumbo. Llego a San Fernando, y pego la vuelta. Ya nada tiene sentido.”
“Junio 28 de 2026.
Perdón por ayer. Perdón por
todo. No te quise molestar. No te vuelvo a molestar. Tal vez lo mejor sea irme.
Pero no a Ecuador. No aguanto más. Perdón y chau.”
Las entradas del cuaderno llegaban
hasta esa fecha. Después, la nada misma. Lucas cerró el cuaderno con
la sangre helada. Una sensación de frío y terror le atravesó el cuerpo. El sol había
empezado a bajar, y quiso buscar un buzo. Cuando entró al living, vio una notificación de
Tinder que le indicaba que tenía un nuevo match, y un mensaje que decía: “Buenas,
soy Lina, un gusto”.
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