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Mostrando las entradas de julio, 2024

Playa

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Me alcanza con recordar el olor que impregnó el auto del nono cuando ya estábamos a unos pocos kilómetros de San Clemente, para saber que ese fue el punto exacto en el cual sentí mariposas en la panza por primera vez. Esas cosas no se olvidan, claro que no. Los 80 se caían por la ventana con precios que volaban en una misma tarde, e irnos de vacaciones por primera vez (en realidad no la primera primera, pero si la primera vez de la cual yo tomé noción real) fue una empresa casi de riesgo. Yo no sabía bien que era Villa Gesell, pero papá me dijo que era un lugar con mar y arena, y no me produjo ninguna sensación particular. Solo estaba contenta por irme de vacaciones, que tampoco entendía bien del todo que era aún. Pero ese aroma. Que no era solo un aroma, era una aroma y una brisa, y una forma de quemar del sol que nunca había sentido. No tenía palabras en ese momento, y creo aún no las tengo, pero si me acuerdo de lo que sentí cuando dejamos los bolsos en la casita que quedaba a 5 ...

Gallego

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“Perturbar, lo que se dice perturbar, fue lo que pasó esa noche”, dijo Luis. Luciano, que estaba escuchando de refilón, lo interrumpió. “Dale, Luis, decime la verdad: vos estabas tomado ese día”. Nervioso, atolondrado por defenderse de la “acusación” de su compañero de maestranza, mantenimiento, limpieza (y seguridad) en el club, y ansioso por quedar bien ante parado ante su espontánea audiencia, que estaba conformada únicamente por Juanjo, presidente del centro de jubilados “La fraternidad” y socio del club desde la década del 60, Luis insistió en que no, que no había tomado, que había estado con un ataque al hígado bárbaro por un lechón que comió el día anterior. “Luisito, somos pocos y nos conocemos mucho”, lo chicaneó Juanjo. “Que no, que lo juro por mis hijas, es verdad lo que les voy a contar”, y se santiguó tres veces seguidas. Los tres se encontraban en el hall de la sociedad de fomento. Las paredes despintadas, en distintos tonos de amarillo pálido, y la puerta de metal oxidad...

Vicisitudes de un amor culinario

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La noche que nos conocimos no fue una más para mí. Quedé deslumbrado por tu brillo, por tu aroma y tu inmensidad. He conocido a otros como vos, desde ya. Pero nunca con la combinación perfecta de caramelo a punto, crema que rememora una nube y dulce de leche generoso y rebalsón: tus compañeros que te adoran y adornan, te complementan y te potencian. Esa vuelta me generaste una alegría como no recordaba, una ilusión nueva, un palpitar de emoción y cosquillas en la panza. Me sentí un chico a punto de hacer su primer gol en la primera del club de sus amores.  Corría la pandemia y no podía ir a buscarte, sino esperar que por algún hecho azaroso (o no tanto), un pedido concreto a alguien dispuesto a cruzar de la Ciudad a la Provincia por arrumacos y calor, te pasara a buscar sin excusas. La interlocutora y transportista de turno no lo sabía, más quizás intuía lo nuestro. Poco importaba. Lo real, lo valiente, lo exclusivo, era estar juntos. Pasó el tiempo y pude ir a visitarte a tu hogar...